Que podemos sacar de la pandemia (2ª parte)

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Este artículo lo hemos coescrito con Ana Martinez y se publicó en el Diari de la Sanitat y en Catalunya Plural el 30 de abril de 2020.

Control Social VS Confiança en les persones (segona part).

▪️Mercantilització i hospitalocentrisme vs nous models de salut (primera part)

 

 

Tal como expusimos en la primera parte de esta serie, el coronavirus SARS COV-2 se encontró una sanidad profundamente masacrada, mermada y desmantelada tanto en lo material, como en lo referente a equipamiento y personal desde hace años. Privatizada. Mercantilizada. Precarizada. Dañada en esencia.

Como siempre, el neoliberalismo se aprovecha de esta situación. Decía Naomi Klein en una entrevista, que el coronavirus funciona como un shock. Y que a partir de este shock, el poder consigue imponer ciertas medidas que de otra forma tendrían una fuerte contestación social. Con la excusa del virus y del necesario impuesto confinamiento, la militarización de nuestras calles y el control social de la población son hechos que hemos incorporado, con un pobre cuestionamiento, a nuestra normalidad cotidiana. Encontramos a los militares y policías en las ruedas de prensa diarias sobre la situación estatal de la pandemia.

Se han desarrollado mecanismos de geolocalización de la población. Y nos surge una pregunta: ¿tenemos dinero para este despliegue de control social pero no tenemos los necesarios equipos de protección individual para las profesionales ni para las pruebas del coronavirus? Hay que vigilar si esta escalada de control persiste una vez acabada la pandemia. Pero tal vez, ya se ha interiorizado. Desafortunadamente muchas personas se han apuntado a la denuncia. Se multiplican los policías de balcón. Juicios de valor (a viva voz o en pensamiento) contra quien está haciendo mejor o peor el confinamiento, sin preguntarnos por qué está en la calle o cuál es su realidad.

Miramos mal al joven que sale a fumar o a tomar el sol a la azotea comunitaria. Nos sentimos culpables si compramos sin mascarilla. Tenemos miedo de enviar a los niños a casa de la ex pareja con quien compartimos la custodia por si les hacen sentir mal a la calle los mismos ciudadanos o la policía local. Regañamos a la madre que baja al súper con su hijo sin pensar que tal vez vive sola. Por el contrario, admiramos a los famosos que salen lavándose las manos en Instagram o a los millonarios que hacen donaciones a los hospitales sin ver lo fácil su vida.

Pocas personas han protestado o se han se organizado ante la prohibición [en el momento de publicar este artículo, el Congreso del Estado ya ha aprobado las salidas para los menores de 14 años] de salir a la calle para niños y adolescentes, cuando es un hecho admitido respecto al resto de Europa y en la mayoría de países del mundo.

“¿Tenemos dinero para este despliegue de control social pero no tenemos los necesarios EPIs para las profesionales ni por las pruebas del coronavirus?“

 

Pensamos que el nivel de control social al que estamos siendo sometidas no está justificado en ningún caso. Estamos viendo una deriva autoritaria grave de los cuerpos policiales, una escalada importante de abusos que no nos puede dejar indiferentes: multas y detenciones injustificadas, donde a menudo la policía actúa desmesuradamente y sin la debida protección sanitaria. Estas actuaciones son consecuencia directa del discurso bélico que predomina en los medios de comunicación e informaciones diarias.

Si miramos esta pandemia como una guerra, asumiremos sin crítica que nuestras profesionales sanitarias estén en la primera línea de batalla sin la protección adecuada. Pensaremos que las pérdidas son inevitables y, sobre todo, sacrificamos nuestra libertad y nuestros derechos por el bien común. Creer el discurso de la guerra implica tragarse los daños colaterales de una guerra. Pero no estamos en guerra. Y no podemos atacar un virus como si fuera un enemigo de guerra.

«Spain is different», la fórmula que inventó Fraga en los 60 ha calado bien profundo en nuestra sociedad. Este eslogan, creado para contrarrestar la idea europea que España era peor, un lugar remoto y aislado de sus vecinos europeos, iba dirigido, en realidad, a la ciudadanía y ahora está más presente que nunca. Detrás del eslogan hay dos mensajes: somos más alegres, despreocupados y simpáticos pero también somos más irresponsables, sinvergüenzas, e ignorantes. Y bajo este eslogan que ampara la irresponsabilidad de las personas, nos encontramos debates en los que la desconfianza ciudadana es el punto de partida. Cuando se propone, por ejemplo, dejar salir a los niños: «Si nos dejan salir, esto será un caos, porque nadie respetará las normas saludables». En cambio, observamos la cola del supermercado y vemos que todo el mundo respeta los dos metros de distancia. O afirmaciones como: «Si se otorga una renta ciudadana, la gente no trabajará». En Euskadi, donde sí está implantada, no ha sucedido y tienen la  tasa de paro más baja del estado, junto con Navarra.

“Spain is different”, la fórmula que inventó Fraga en los ’60 ha calado bien profundo en nuestra sociedad..”

 

Tenemos también la cara bonita: Las redes de solidaridad vecinal. Y son estas las que hay que reforzar, visibilizar, valorar y sobre todo, conservar después de la pandemia. Vecinas que salen a hacer deporte o bailar juntas en el balcón. Escaleras, barrios y pueblos enteros que se organizan para cuidar de los mayores, para el cuidado de las migrantes en situación vulnerable, haciendo la compra o simplemente charlando en el patio de luces. Grupos de Whatsapp llenos de pensamientos, artículos, reportajes o recursos educativos para los más pequeños de la casa. Cumpleaños que se celebran online. Familias a miles de kilómetros que encuentran un momento, a pesar de la diferencia horaria, para encontrarse en un chat y nunca antes lo habían hecho. Grupos vecinales que se ayudan para cuidar de los niños de quienes no puede teletrabajar. Profesionales que ofrecen servicios gratuitos de apoyo emocional durante la cuarentena. Balcones que cuidan, graban y comparten los excesos policiales. Esta situación nos ha brindado la oportunidad de crear redes, entornos de cuidados y atención a las personas, muchas por primera vez, desde la misma comunidad. Y si lo podemos hacer las personas, ¿no lo pueden hacer los gobiernos?

 

Es hora de dejar de infantilizar a la población y cambiar el discurso de la guerra y la irresponsabilidad ciudadana, en el que predomina la desconfianza y se considera a la población incapaz de cuidar de la salud individual y colectiva. Necesitamos urgentemente medidas sanitarias y sociales, no policiales ni militares. Citando el artículo del abogado Francisco Jurado, es necesario «abandonar la emergencia sin secuelas autoritarias y abandonar la emergencia de verdad, requiere cambiar el miedo por responsabilidad y la disciplina por rigor.» Es imprescindible dejar de culpabilizar a las personas, valorar las redes de apoyo comunitario y hacer una mirada crítica a nuestra sociedad para detectar cuáles han sido los sujetos y situaciones de desamparo y buscar una solución permanente y no momentánea a esta crisis.

 

 


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