Sobre los disturbios de estos últimos días.
Estos últimos días, he escuchado muchas críticas a los jóvenes y su violencia en la calle a raíz de las manifestaciones a favor de la libertad de expresión y la libertad de Pablo Hassel. Las tertulias siguen el formato habitual con mayores de cuarenta años y ningún joven, con alguna contada excepción. Desgraciadamente, he escuchado más veces la palabra violencia, contenedor y disturbios que las palabras futuro, cambio o transformación social.
Leyendo las opiniones en las redes sociales y a los medios de comunicación, tengo la sensación que, además de culpabilizar a una generación entera por las acciones de algunos grupos, veo que no somos capaces de entender cómo ha vivido un joven de veinte años, de estos que están en la calle protestando, tanto los que rompen escaparates de tiendas de barrio como los que no. Tengo que reconocer que escribo un poco enfadada y sobre todo triste por las reacciones. Yo trabajo para este colectivo y por tanto mi mirada hacia ellos y ellas es totalmente contraria. Con esto, me gustaría hacer una foto rápida de lo que ha cambiado los últimos veinte años para ver si así podemos empatizar más con estos jóvenes.
Un joven de veinte años nació en 2000. Entonces el precio del crédito universitario en Cataluña era de entre 7,5-10,5 € según la carrera. Actualmente el crédito sale entre 17-27 € en la universidad pública. Entre un 137% y un 163% de incremento.
Analizamos el precio de la vivienda. Desde el 1985 al 2012 el precio de venta ha tenido un 912% de incremento. El precio de alquiler del 2000 en Barcelona, era de 6€/m². A finales del 2020 era de 14,1€/m² según los datos del *INCASOL. Un 135% de incremento.
Se podría pensar que sí, todo ha subido, pero los salarios también. Vamos a mirar la realidad.
El salario medio en 2000 era de 1.384 € según el INE. Me ha costado mucho encontrar la información del salario medio del 2020, parece que ahora hay contradicciones en los datos, que varía el salario medio y el salario más habitual. El salario medio bruto mensual del 2020 en España es de 1.695 €/mes, y el más habitual que es de unos 1.500 €. Un 23% de incremento en el salario medio y un 9% de incremento el salario habitual. Pero los y las jóvenes están lejos de este nivel salarial. La mayoría están por debajo del salario mínimo, unos 700€/mes, gracias, en parte a la reforma laboral que se hizo cuando tenían doce años que permite hacer contratos en prácticas y de aprendiz sin que sea realmente el caso. Y eso los que trabajan. Las tasas de paro en 2000 para los menores de veinticinco años eran de un 25,6% (EPA), en 2020 es del 40,7%, un incremento del 60%. Esto significa que los y las jóvenes tienen que posponer todas sus decisiones vitales: carrera, emancipación, hijos, pero, con una agravante más, la incertidumbre de no saber por cuánto de tiempo. Sólo con estos datos el panorama ya es bastante escalofriante, ¿no crees?
Dirijamos la mirada al tema que les importa más a los y las jóvenes: el cambio climático. Desde el 2000 la temperatura de la tierra ha subido medio grado, parece poco, pero es que del 1970 hasta el 2000 había subido 0.25 °C. Más de 475.000 personas han muerto en el mundo a consecuencia de fenómenos meteorológicos extremos desde el 2000, según concluye el Global Climate Risk Index 2021, del ONG Germanwatch.
Ahora analizamos la justicia o injusticia que han vivido en primera persona estos jóvenes. Cuando tenían 8 años sufrieron la crisis provocada por la burbuja inmobiliaria del 2008, han crecido calculando qué pueden comprar y que no en el súper. Desde el 2009 hasta el 2018, mientras hacían la ESO, se rescató la banca con 65.725 millones de Euros según los datos del Banco de España, se estima que se recuperarán 14.785 millones en diez años. De momento se han recuperado 5.225 Millones, un 8%.
Desde el 2000 hasta ahora, hay centenares de casos de corrupción en España donde los políticos gestores de los ayuntamientos y ministerios han robado miles de millones de euros. Se calcula que España pierde 90.000 millones de euros/año y no hay casi ninguno de estos ladrones en la prisión. Pero vemos entrar en la cárcel a cantantes, activistas y jóvenes por denunciar la tristeza, la injusticia y el dolor que nos ha llevado el sistema capitalista, corrupto y desigual en que estamos inmersos. Y nos duelen los daños materiales de contenedores y comerciantes, pero no los millones de euros robados, a pesar de que estoy segura que con un millón de euros, de estos 90.000M €, se podría (y debería) compensar a todos los comerciantes afectados.
Hace un año, cuando tenían diecinueve, fue evidente la llegada de la pandemia en el estado. Acabaron el último curso de bachillerato ( primero de carrera o grado superior) sin clase presencial ni virtual. Y este curso han empezado exactamente igual que lo acabaron, a pesar de los precios y los pronósticos. La burocracia interminable y la lentitud de respuesta de las instituciones se hace patente, y se enfadan. Evidentemente que sí. Llevan encerrados en casa UN AÑO en el mejor momento de su vida, sin poder socializar, sin salir a bailar ni hacer deporte y sin ningún sistema de acompañamiento emocional. Ya sé que todo el mundo está igual, pero para ellas y ellos es difícil y desolador y no tienen las suficientes herramientas (todavía) para hacer una buena gestión emocional. Y nos están haciendo llegar un mensaje muy claro: NO TIENEN NADA QUE PERDER (o casi nada).
No entiendo por qué analistas, tertulianos y sobre todo la clase política no están hablando de cómo podemos arreglar todo aquello que hemos estropeado. No entiendo por qué no se está debatiendo cómo pueden volver a dar esperanza y futuro a los jóvenes. No entiendo por qué no nos cae la cara de vergüenza y reconocemos de una vez por todas que lo hemos hecho mal, que hemos sido irresponsables y sobre todo qué haremos para cambiarlo. Supongo que es más fácil (y llena más horas de tertulias) criticar a los jóvenes que criticarnos como adultos, dejarnos deslumbrar por el fuego y no mirarnos al espejo. Es evidente lo que necesitan: dignidad, oportunidades y vivienda, poder desarrollar su autonomía y ofrecerles de nuevo una posibilidad de futuro. Pero sobre de todo, lo que ahora podemos hacer es escucha y atención, un buen acompañamiento y cuidados en su salud emocional y mental en vez de etiquetarlos y juzgarlos. Observando un poco la historia de cualquier país democrático del mundo, puedo decir, que los jóvenes siempre tienen la razón.